lunes, 24 de noviembre de 2008

EL HOMBRE FRAGMENTADO

La postmodernidad no es susceptible de una definición clara ni de una teoría acabada que la explique. La postmodernidad es ante todo, un nuevo estilo de vida. Podemos hablar de que hay una "postmodernidad de la calle" y de que hay también una "postmodernidad de los intelectuales"
No podemos fechar exactamente el nacimiento de la postmodernidad, pero como dato curioso podemos citar a Charles Jencks (arquitecto norteamericano) que afirma que la postmodernidad nació el 15 de julio de 1972 exactamente a las 3:32 de la tarde, cuando dinamitaron en Saint Louis (Missouri EE.UU) varias manzanas que habían sido construidas en los años cincuenta sometidas a los estándares modernos de zonificación, colosalismo y uniformidad, porque se vieron obligados a reconocer que la máquina moderna para vivir había resultado inhabitable. La postmodernidad surge a partir del momento en que la humanidad empezó a tener conciencia de que ya no era válido el proyecto moderno. No podemos entender bien la postmodernidad si no percibimos que está toda ella hecha de desencanto.
La modernidad fue el tiempo de las grandes utopías sociales: los ilustrados creyeron en una próxima victoria sobre la ignorancia y la servidumbre por medio de la ciencia; los capitalistas confiaban en alcanzar la felicidad gracias a la racionalización de las estructuras de la sociedad y el incremento de la producción; los marxistas esperaban la emancipación del proletariado a través de la lucha de clases. Pero a lo largo de los últimos cincuenta años, todas estas esperanzas se han manifestado inconsistentes. Es verdad que la ciencia ha beneficiado notablemente la vida de las personas, pero también ha hecho posible desde el holocausto judío hasta las tragedias de Hiroshima y Nagasaki, las sociedades capitalistas avanzadas han alcanzado un alto nivel de vida, pero están a su vez corroídas por dentro por el gusano del tedio y del sin sentido... En resumen, para toda una generación, el mundo, de pronto, se ha venido abajo.
Los postmodernos tienen la experiencia de un mundo duro que no aceptan, pero no tienen esperanza de poder cambiarlo. Y, ante la falta de posibles alternativas, una melancolía suave y desencantada recorre los espíritus.
La postmodernidad es el tiempo del "yo" del intimismo. En las librerías de "best sellers" abundan los libros de técnicas sexuales, los libros sobre la "meditación trascendental", las guías de cuidados para el cuerpo, los remedios para la crisis de la vida adulta, la psicoterapia al alcance de todos, el control mental, el Rei Ki, etc. Y todo esto se explica porque a raíz de la pérdida de confianza en los proyectos de transformación de la sociedad, sólo cabe concentrar todas las fuerzas en la realización personal, y aparece una neurasténica preocupación por la salud que se manifiesta en la obsesión por la terapia personal o de grupo, los ejercicios corporales y masajes, el sauna, la dietética macrobiótica y las vitaminofilias, la bioenergética, etc.
La postmodernidad significa también la muerte de la ética. Eliminada la historia, ya no hay deudas con un pasado arquetípico ni tampoco obligaciones con un futuro utópico. Cuando queda tan sólo el presente, sin raíces ni proyectos, cada uno puede hacer lo que quiera. Ahora la estética sustituye a la ética. Como dice Joaquín Sabina, "al deseo los frenos le sientan fatal. ¿Que voy a hacerle yo, si me gusta el güisqui sin soda, el sexo sin boda, las penas con pan...?"
El individuo postmoderno, al rechazar la disciplina de la razón y dejarse guiar preferentemente por el sentimiento, obedece a lógicas múltiples y contradictorias entre sí. En lugar de un yo integrado, lo que aparece es la pluralidad dionisíaca de personajes. De hecho, se ha llegado a hacer un elogio de la esquizofrenia.
Todo lo que en la modernidad convivía en tensión y conflicto convive ahora sin dramas, furor ni pasión. Cada cual compone "a la carta" los elementos de su existencia tomando unas ideas de acá y otras de allá, sin preocuparse demasiado por la mayor o menor coherencia del conjunto. Estamos de vuelta del racionalismo, y ahora manda el sentimiento.
El individuo postmoderno, sometido a una avalancha de informaciones y estímulos difíciles de estructurar, hace de la necesidad virtud y opta por un vagabundeo incierto de unas ideas a otras. El postmoderno no se aferra a nada, no tiene certezas absolutas, nada le sorprende, y sus opiniones son susceptibles de modificaciones rápidas. Pasa de una cosa a la otra con la misma facilidad con que cambia de detergente.
También en las relaciones personales el postmoderno renuncia a los compromisos profundos. La meta es ser independiente afectivamente, no sentirse sensible. El medio para conseguirlo es lo que ha sido llamado el "sexo frío" (cool sex), orientado al placer breve y puntual, sin ambiciones de establecer relaciones excluyentes ni duraderas.
Los "tics" del lenguaje dicen mucho al respecto de la Postmodernidad. Al encontrarse dos amigos de mentalidad moderna, se preguntaban con naturalidad: "¿Qué es lo que hacés?" Para la cultura postmoderna esa pregunta sería un insulto. No se trata de hacer, sino de estar. La pregunta hoy sería: "¿En que estás?", con el signo de transitoriedad que en castellano tiene el verbo estar. Canta Joaquín Sabina: "Cada noche un rollo nuevo. Ayer el yoga, el tarot, la meditación. Hoy el alcohol y la droga. Mañana el aerobic y la reencarnación".
ACTIVIDAD:
1- Hacerle diez preguntas al texto, marcar las respuestas en el mismo
2- Explicar la frases de Sabina:
a) “al deseo los frenos le sientan mal. ¿Qué voy a hacerle yo, si me gusta el güisqui sin soda, el sexo sin boda, las penas con pan…?”
b) "Cada noche un rollo nuevo. Ayer el yoga, el tarot, la meditación. Hoy el alcohol y la droga. Mañana el aerobic y la reencarnación".
3- Hacer un cuadro o mapa conceptual con palabras claves referidas al tema del texto

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